miércoles, 10 de diciembre de 2008

Qué me gusta del fútbol


Me gustan los clásicos. Aquellos partidos que enfrentan a dos equipos naturalmente enemigos y que a lo largo de su vida exponen una gran rivalidad. Esos juegos en los que el orgullo, el ánimo de la semana y las famosas “picas pasajeras” importan más que los tres puntos en disputa.

Me gustan los clásicos porque son el espacio perfecto para desatar en un mismo escenario el amor y el odio por un color, así como para recordar en un grito la tradición familiar que muchas veces influyó en ambos.

Me gustan los clásicos porque son un campeonato aparte, tal como lo manifiestan una y otra vez aquellos que lo disputan y los hinchas que acompañan en masa a su divisa cada vez que al frente está su histórico rival.
Me gustan los clásicos, pues con ellos se extiende una pasión que no tendría sentido sin la existencia de un rival histórico. Si no hay un héroe, sería improductiva la presencia del villano.

Me gustan los clásicos porque nunca serán amistosos. En ninguno de ellos importará la posición en la que llegue alguno de los equipos. Siempre primarán el hambre de gloria y las ganas de dejar en crisis al rival, así sea por unos días.

Me gustan los clásicos porque sin importar que el tiempo pase, siempre que ambas escuadras salgan a la cancha para enfrentarse, su presencia allí significará exactamente lo mismo. La sensación que produce un enfrentamiento de este tipo es la misma que hace un tiempo vivieron los abuelos y que en unos años vivirán las nuevas generaciones.

Me gustan los clásicos y por eso agradezco que falte poco tiempo para que se juegue el Barcelona – Real Madrid: la mejor forma de despedir el año futbolero.

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